Algunas veces pienso...

Algunas veces pienso...
Fotografía tomada por Gustavo L. Tarchini

viernes, 24 de abril de 2009

ENTRE SÁBANAS DE SEDA

Piel acariciando otra piel
cual tenue aleteo de mariposa.
Calor intenso que hace vibrar
los cordajes sinusales de una rosa.

Sentidos obnubilados de placer
silencio trastocado en canción gozosa.
Apetito insaciable, sexualidad febril
sobre el contorno palpitante de la boca.

Susurro gutural reverberante,
temblores de ansiedad cuando se rozan.
Dedos inquietos, vuelan por doquier
explorando la lujuria que convoca.

Fulgurante frenesí en cada abrazo,
impetuoso arrebato que no espera,
Eros mira la escena de un rincón,
Cuando copulan entre sábanas de seda.

Magui Montero
NOTA: Imagen extraída de internet

jueves, 9 de abril de 2009

EL YAGUARETÉ

Dedicado a la Lucha por la vida y la defensa de las especies en extinción

No hay frontera, nada dice que es el límite de tres provincias. Los árboles, centenarios vigilantes de la selva, en apretado abrazo enlazan sus ramas, unidos por cientos de cordajes que forman las enredaderas.

Sobre la bóveda vegetal, la luna llena cubre de plata la noche, incrustando su luz como una saeta, en los resquicios que deja la fronda y salpica de lentejuelas los humedales. La quietud, solo es herida de a ratos por el grito de algún pájaro nocturno, el sonido del cascabel de una víbora, o las breves carreras de los ratones.

Una mullida manta de hojarasca, restos de corteza y pastizales, amortigua el sonido de los pasos; aquí está en su mundo, libre y silencioso. El yaguareté, detiene sus movimientos, ha elegido quedarse cubierto por una mata de hojas, cerca del desnivel del terreno. Desde allí puede observar la aguada, donde van a abrevar los animales. El instinto le dice que encontrará sustento adecuado y permanece agazapado esperando a la presa.

Debajo del negro antifaz que ofrece la noche, sus ojos brillan con destellos esmeralda. Nada hace percibir que está vivo, con las orejas enhiestas, el hocico en alto tratando de ventear algún animal que le permita alimentarse.

De pronto, una guasuncha (1) - el cervatillo del monte - se acerca al lugar; mira hacia los lados oteando y se encamina con precaución al charco. El yaguareté aguarda, es la eterna lucha por la subsistencia, no hay odio, no hay perversidad, solo hambre.

Triunfa la sagacidad, y de un solo zarpazo somete al venado. Meticuloso rasga, muerde y traga hasta quedar saciado; toma un poco de agua y queda descansando a un lado de los restos de su pitanza; nuevamente quieto, pero esta vez adormilado, con el apetito satisfecho.

A la luz nocturna se pueden percibir las manchas oscuras en su piel dorada. Es un ejemplar adulto, bien alimentado, el entorno selvático le brinda todo lo necesario para mantenerse. Nunca se acercó al poblado, conoce a los hombres y trata de mantenerse alejado de ellos; solo los vio a la distancia, pero su natural intuición le dicta que es peligroso; es la cautela del que sabe sobrevivir en un medio donde el descuido puede costar la vida.

Pasan las horas, la moneda de plata ha rodado hacia el oeste en el firmamento, está comenzando a amanecer, y con ello, la búsqueda de sustento. De pronto, alza la cabeza, olfatea y se mueve inquieto.

Hay un rumor distinto que hiere el aire. Los pájaros se alzan con chillidos de miedo, siente el golpetear de cientos de patas atropellándose en tumultuosa estampida y un olor diferente. Voces humanas, ruido de maquinarias; los seres humanos, en su afán de lucro, están limpiando terreno, no respetan límites; están hiriendo sin saberlo o a sabiendas, el habitad de este y otros animales. Pero el espontáneo sentido de supervivencia del yaguareté, lo lleva, junto a los que como él, eligieron la senda del que lucha por sobrevivir, a desplazarse más hacia el norte y seguirse procreando.

El yaguareté no está derrotado, es un animal que no puede ser fácilmente vencido. Buscará algún lugar, donde aun el hombre no pudo invadir; jornada a jornada, se internará más en la selva, alejándose de las apetencias humanas, llegará a pozos y vertientes inexploradas… hasta que un humano alcance ese paraje y decida, que la fertilidad de esa tierra es buena para sembrar, o que los árboles de la zona representan un negocio rentable.

El hombre continúa destruyendo. Poco a poco sigue aniquilando la naturaleza e inexorablemente va signando su propio futuro. No lo sospecha, pero está ligando el presente al momento en que comiencen a desaparecer muchas otras especies; porque en su feroz apetito irracional por la riqueza, terminará matándose a si mismo.

(1) guasuncha también conocido como guasuncho ó corzuela

Magui Montero

Amo el mar

Amo el mar
fotografía tomada en la costa de Chile por Luis A. Gallardo Cortéz.