Algunas veces pienso...

Algunas veces pienso...
Fotografía tomada por Gustavo L. Tarchini

domingo, 29 de junio de 2008

LA CASA DE NERUDA (I)

El alma de viajera incansable me había llevado a recorrer innumerables lugares.
Los paisajes se sucedían a lo largo del tiempo; buscaba un sitio, un nido, un hogar que me cobijara, que pudiera sentir propio. Mis ojos devoraban con avidez ciudades, playas, montañas, y campo.
¿Dónde debía guarecerme? ¿Cuál era mi destino? Los años pasaban, y este espíritu inquieto no hallaba la ansiada paz. La travesía se prolongaba, cuando ya creía encontrar lo más adecuado para mi indómita y aventurera esencia, nuevamente partía…
Estaba insatisfecha, el hastío se había apoderado de mí; solo los buenos libros, la poesía y la música lograban por momentos calmar la sensación.
Seguían volando las hojas del calendario, ya casi había abandonado mi sueño, solo quería descansar. En una de esas largas noches vacías, cayó en mis manos nuevamente un poema de Pablo Neruda. Recordé que había leído con avidez su exótica vida de aventurero, entonces lo decidí; deseaba conocer donde había morado aquel maravilloso poeta, que admiraba tanto. Sentía un especial fervor por la intensidad con que expresaba el amor, la pasión, y su obsesión por los ambientes marinos. Sabía que su vida había estado marcada por tres mujeres importantes, a pesar de las muchas que pasaron por su existencia. Una de ellas, la segunda, había sido argentina.
Levanté nuevamente las maletas; llevada por el impulso crucé las montañas, casi sin haber definido a ciencia cierta lo que buscaba… y llegué a su casa de Santiago, dedicada a la tercera mujer. “La Chascona” estaba impregnada del indómito espíritu nerudiano, la poesía brotaba por doquier, tenía su marca a cada paso, pero era demasiado mediterránea, a pesar del sonido del agua que corría y la visión de la cordillera; no encajaba en lo que yo suponía anidaba y emanaba a borbotones de sus versos.
Continué mi travesía y me encontré en Valparaíso, la mágica y antigua ciudad de los extraños ascensores, con sus viejos edificios recubiertos de afiligranados sobrerrelieves, las casitas de madera de innumerables y vivos tonos colgaban cual caireles de sus cuarenta y dos cerros hacia la concavidad que se extendía como una hermosa cuna, coronando la bella bahía. La gente, agradable, sencilla, pescadores con la piel curtida por el sol y el duro trabajo; hermosas mujeres de sonrisa franca y andar leve.
Trepé por sinuosas calles, con curvas tan pronunciadas como las gráciles caderas de las chilenas. A medida que ascendía en medio de la fría brisa de esa tarde gris, los colgajos de niebla se disipaban y el mar se veía matizado de guiños irisados en aquellos sitios donde el sol lograba herirlo con su dorada espada.
…Y llegué a destino. Agitada, con el corazón latiendo en mi pecho como el tam tam de un tambor que anunciaba ese momento tan importante para mí. …Allí estaba, imponente y en todo su esplendor “La Sebastiana”, asomándose desde lo alto hacia el océano.
Parada frente a la reja que me separaba de la residencia, pude observar los caminos de piedra que llevaban a la casa, sólida, orgullosa. En el jardín, los malvones estallaban con sus matices de rojo entre el verdor de las hojas, el perfume de los árboles embriagaba la tarde, largas guías de flores colgaban de una enredadera meciéndose al compás del viento marino, llamándome cual si fueran pequeñas manos que invitaban a entrar al mundo de los sueños.
La construcción no tenía ángulos para mí. Curvas y escaleras que serpenteaban y giraban hacia uno y otro lado descubriendo o presagiando sorpresas en cada vuelta, y decenas de ventanas grandes o pequeñas que semejaban ojos asombrosamente abiertos y curiosos; mientras la voz de Neruda se escuchaba en todos los rincones recitando sus versos. Desde cualquier ambiente al que accedía podía regocijarme con la visión de las pequeñas casitas que pincelaban de infinitos colores los cerros,…y el mar, siempre el mar. ¡El sitio semejaba un barco encallado en la montaña!! No en la forma, sino por el ambiente que se respiraba en ella. ¡Era el lugar ansiado!
Toqué la cama, de bronce bruñido, donde tantas veces dejaran su huella los cuerpos del poeta y la mujer; me sentí como una intrusa, por saber de aquellas noches de lujuria tan bien descriptas por él. En el vestidor, miré sus ropas, debajo asomaban unos zapatos rojos de tacones de la que fuera su tercera compañera, emparejados a los masculinos, acordonados, de cuero negro brillante, que me hicieron pensar en lo que habían caminado por el mundo buscando nuevos horizontes, a través de extraños países.
Por fin, llegué hasta su refugio, situado en el lugar más alto de la casa, desde donde se divisaba un paisaje indescriptible. Allí el cautivante chileno, pasaba largas horas oteando hacia la distancia, descansando y volcando en papel sus sentimientos. Acaricié con ternura la mesa pequeña, aun manchada con tinta, en la que tantas veces se sentara a escribir; pasé mis dedos suavemente sobre el trozo de papel que estaba cubierto por vidrio, y pude reconocer el original de uno de sus poemas, con tachas, correcciones y letra saltarina. Allí estaban su caballo de calesita, la colección de botellas de distintas formas y tamaños, el lavatorio de porcelana, caprichosamente colocado cerca del escritorio, el sillón desde donde quizás contemplara durante horas, hacia el ilusorio punto donde cielo y mar se funden.

Quedé aletargada, ya no había turistas revoloteando, el silencio me rodeaba. Mientras permanecía olvidada del tic tac de los relojes, el sol bajaba rápidamente en el horizonte, y un camino de fuegos naranjas cruzaba el mar hacia el infinito. Pensaba… Estaba viendo el mismo paisaje que Don Pablo había mirado cientos de veces. Percibía en ese lugar una calidez que envolvía; y tuve la certeza que allí se encontraba el refugio para la inquietud que me afectara durante tanto tiempo.
Suspiré… el sueño estaba concluyendo, Valparaíso era demasiado intenso para mí; aunque su gente me tratara como una de ellos, aunque tuviese los sentimientos a flor de piel e interiormente deseara quedarme, aunque la tristeza me partiera en dos, debía seguir mi camino… La mesura indicaba que debía buscar el equilibrio y la paz en el mundo seguro y mediterráneo de mi patria y mi terruño. Era tarde para empezar de nuevo… Era demasiado tarde para todo, el ocaso avanzaba.
De pronto, me sobresaltó la voz inquisidora de una de las empleadas del museo…
- ¿Qué hace aun aquí? El museo ya está cerrando…
Y yo respondí con voz ahogada… Nada, solamente conversaba con un sueño.
Aun restaba por conocer la última etapa de la vida de mi amado poeta Neruda; la casa dedicada a una mujer argentina, veinte años mayor que el seductor escritor. Representaba el amor de la mujer madura con un Pablo Neruda, joven, impulsivo, vigoroso. Sin embargo allí estaba enterrado, junto a la joven mujer con la que vivió hasta el final. Matilde significaba toda la intensidad del amor pleno. Debía visitar Isla Negra.
Magui Montero
Nota: Casa Museo "La Sebastiana" Valparaíso Chile. Instántanea realizada por un turista. Año 2005

miércoles, 25 de junio de 2008

El espíritu del cambio

¿Cual es el momento exacto en que la vida cambia?
Cuando a través del tiempo las cosas se van dando de una manera suave, casi sutil, parece que nada puede mover las estructuras fuertes y de pronto el viento surge, con fuerza huracanada, sopla cada vez con mayor ímpetu; golpea arrasando lo que se construyó con paciencia y amor.
No hay forma de cubrirse, una se siente zarandeada y arrastrada, te golpea y te lastima. Tratas de refugiarte, pero nada parece seguro. Llega el momento en que te sientes superada por los golpes demoledores de ese torbellino. En ese instante como iluminada, solo piensas en una opción.
Volver a tus fuentes, a lo que ya creías olvidado, el único lugar posible donde sabes que encontrarás abrigo; partes desesperada buscando quien restañe tus heridas. Algo te dice: "vé hacia aquel que habías abandonado"- suponiendo que nunca más ibas a necesitar.
Vagas por las calles sin sabes exactamente el rumbo, pero intuyes que te espera con los brazos abiertos. Tropiezas, caes, pero continúas en tu desesperada búsqueda.
Encuentras un templo y está cerrado, te diriges a otro con igual resultado; cuando crees que ya no quedan esperanzas, encaminas tus pasos hacia el único que permanece esperando por tu llegada. Ingresas al atrio mientras una mujer solitaria te mira pasar y vuelve a su misión de vender periódicos; casi no reparas en ella, pues tienes demasiadas ansias de consuelo. El lugar está silencioso, finalmente llegaste.
De rodillas, con la cabeza inclinada, pides perdón por tus acciones, lloras y es como agua límpida que lava el corazón y las penas. Sientes el confortable abrigo de Jesús; su presencia calma y consuela, es un nuevo inicio donde puedes respirar mejor; aunque quede mucho por hacer. No es el final, se abre un camino que intuyes tiene tropiezos, pero percibes que estás en la senda correcta.
Te apoyas a través del vidrio en la imagen de la réplica del manto que lo cubrió. Él está de alguna forma allí; te protege, nunca se fue. Esperaba que lo necesitaras, abre sus brazos con ternura para ampararte. No puedes explicarte porque antes no pudiste ver los signos, los llamados. Quizás se necesitaba que recorrieras ese camino, para tener la fortaleza suficiente y no irte más de su lado, quizás las heridas que recibiste en tu largo andar fueron solo pruebas para demostrar tu lealtad, y en su infinito Amor, todo lo ve y todo lo perdona.
Definitivamente sabes que es el camino. Te debes liberar de todo aquello que te marcó profundamente y eso solo podrá lograrlo el tiempo.
La Navidad tiene un sentido especial para ti. Es el nacimiento del Niño Jesús, pero al mismo tiempo es un renacimiento tuyo, como mujer, como persona. Sabes que puedes hacerlo, sabes que puso una semilla de Amor en ti y definitivamente le perteneces. Estás empezando a caminar a su lado, las llagas de manos y pies fueron para que tuvieras un futuro limpio, calmo y feliz. Debes andar pocos pasos; los necesarios para no retirarte de esa senda hasta el fin; tener la fuerza suficiente para poder gritar Si! Es para siempre.

Magui Montero

Nota: Imagen del Cristo del Río a orillas del Río Dulce, Parque Aguirre - Ciudad de Santiago del Estero. Fotografía de Néstor Miño

lunes, 16 de junio de 2008

El juego del entorno y el poder

El Poder yace en el trono, encaramado en su viejo pedestal solitario. Las amistades falsas reptan a sus pies cual ávidas serpientes, ansiosas de figurar, esperando el momento adecuado para clavar los colmillos envenenados. Ruines y mezquinos intereses ponen brillo en las miradas perversas.
Sabe que es fuerte, porque llegó hasta allí con el respaldo de todo un pueblo; pero la ceguera de haber llegado a la cúspide, el ansia de notoriedad y prestigio propio o de quienes lo rodean, hace que los miserables tomen actitudes en contra del verdadero soberano.
El entorno obsecuente se humilla hasta niveles superlativos, en busca de aprobación y reconocimiento que les permita ascender un peldaño más, hacia el círculo estrecho donde transitan los audaces, los arteros y los imbéciles útiles –que siempre hay- y se maquinan las situaciones más ominosas. Corren en tropel tratando de satisfacer caprichos, pero interiormente les crece como un rugido sordo, el resentimiento. Inventan creando permanentemente incidentes y sucesos; murmullos, dimes y diretes. Transgresores eternos de la fidelidad con dignidad, se dedican minuciosamente a quebrantar la confianza que depositaron en ellos y traman estrategias junto a quienes tienen mayor vinculación.
Trepan y caen, de acuerdo al inconstante y antojadizo reconocimiento del que son objeto, en el azaroso mundo del Poder. Repiten frases, plagian discursos y tratan de emular a antiguos líderes, en payasesca caricatura obsesiva; sin saber que todo tiene un límite.
El paso del tiempo es cruel y meticuloso, carcome los cimientos del mando, si no se lleva correctamente el timón. La popularidad naufraga, la intolerancia y el despotismo van minado su autoridad, rompiendo el vínculo que lo unía con el pueblo.
Cuando el barco está zozobrando, las ratas lo abandonan en loca carrera, gimiendo y suspirando por lo que no fue. Niegan cualquier nexo, reniegan, se burlan de quien hasta hace poco, aparentemente adoraban y juraban fidelidad. Intuyen que se está construyendo un fresco trono. Quizás logren, al irrumpir la nueva etapa, vulnerar las defensas del soberano, cantarán loas a la naciente autoridad, acogerán pletóricos de gozo su llegada. Susurrarán a su oído palabras que conocen, por vieja experiencia, hasta lograr ser un destacado entre las flamantes huestes, que les permita ser influyentes, acercándose al prestigioso electo. Tal vez puedan, con tenacidad férrea, por esas vicisitudes del destino, conseguirlo. …Y una vez más girará la rueda, nuevamente se estará pariendo un Poder.
Hay límites que deben ser respetados. Cada Autoridad puede ser fuerte por si misma siguiendo el camino de la honestidad, buscando la verdadera felicidad de quienes lo eligieron para gobernar, aceptando sus errores y corrigiéndolos a tiempo.
Nunca deberá olvidar que la gente depositó junto con su voto las esperanzas. Jamás deberá nutrirse de la obsecuencia y el servilismo, pues si esto ocurriera, se irán desdibujando las virtudes, grisando capacidad y eficiencia; desacreditando la maravillosa esencia de la Democracia.


Magui Montero

Nota: La fotografía fue bajada de internet.
Nota 2: Hace mucho tiempo que había escrito esta reflexión, creo que es el momento de mostrarla. No tiene que ver con un gobernante, con un lugar o con una circunstancia. Sucede cuando se equivoca la senda. Yo no estoy en contra de nadie, estoy a favor del futuro de mi país. VIVA LA PATRIA!

viernes, 13 de junio de 2008

HOY TE VI

Día sábado, ya es más de mediodía, casi la siesta… regreso tranquila, con paso cansino desde la zona comercial, las calles quedaron vacías y la 24 de Septiembre es un camino no habitual, pero elegí volver por ahí.
Pienso en todos los proyectos literarios que hice en la mañana de hoy con amigos, hasta que algo me saca de las reflexiones.
De pronto se cruza una figura conocida; su mismo andar, remera blanca – que llamabas graciosamente “polera” - , bermudas deportivo, zapatillas. El pelo negro juega con la brisa, reconozco el ademán eterno de acomodar ese mechón rebelde cayendo sobre la frente; observo los hombros anchos, los muslos fuertes, y ese ligero balanceo de los brazos.
Concientemente se que es imposible, vives a miles de kilómetros, no es razonable verte en mi ciudad, sin embargo, caminas delante mío y hasta puedo imaginar que te diste cuenta que voy en tu misma dirección; imagino que tus negros y rasgados ojos me observan detrás de las gafas de sol cuando dos o tres veces giras la cabeza.
Apuras el paso, y maldigo los zapatos de tacón que me impiden correr tras de ti y rodearte con mis brazos; sin embargo sigo andando y nadie puede intuir que el corazón me late más fuerte.
Te perdiste a la vuelta de una esquina cualquiera. Yo sigo el trayecto hacia mi casa. La ilusión permitió que te viera y fui feliz por algunos instantes; no importa que todo haya sido un juego de la fantasía; sigues aquí, estás en mi mundo, transitas mis calles, vives en mi interior, allí continúas, nada es imposible en los sueños.
¿Qué importa la murmuración de la gente! ¿Qué importa lo que digan? Se que te amo y soy capaz de gritarlo. A pesar del tiempo, a pesar de la distancia, de todo lo que nos separa; tu intensa juventud y mi naciente vejez, no serán aceptadas por la sociedad pueblerina, no podremos andar juntos en la senda de la vida. ¿Me amas o no? ¿Alguna vez me amaste? No sé, no importa… Nadie elige el momento, el motivo, el porqué, ni de quién enamorarse.
Hoy te vi, puedo moldear tu rostro con mis manos, pude vislumbrar tu sonrisa luminosa; hace tiempo que volviste a tu país, pero te quedaste en mis sentimientos. Nuestras manos permanecerán unidas.
No me robaste la vida, le diste un sentido, me ofrendaste tu juventud y yo te regalé el corazón.
Magui Montero

lunes, 9 de junio de 2008

AQUELLA PERLA

Nieves eternas, en lo alto, cubren montañas oscuras. Lluvia y rocío. Agua pura y cristalina, que el viento frío compacta, presiona, estruja y fractura; forma hielo silencioso, lívido, ajeno a los sucesos del llano.
Endurece su textura y es casi piedra, igualando la montaña que lo sostiene. Un cálido aliento de primavera besa la superficie. El hielo se torna poroso, frágil, se fisura. Por los huecos internos el agua escurre en finas y cosquilleantes gotas.
Desborda la minúscula vertiente, se une y entrecruza en saltos, cascadas y torrentes. El agua vuela, se expande en el aire, trepa en búsqueda del sol, vapor tenue, golpea las nubes con música celestial se posa recostándose en los bloques de piedra. Roce de agua puliendo agudas aristas, redondea bordes.
Piedras que se desmoronan transfórmanse en arena suave, son lecho del río de aguas dulces, mansas. Descanso y laxitud, aparente paz superficial.
Por dentro van gestándose oscuros remolinos, restos de tenebrosas y sórdidas rocas, enturbian las cristalinas aguas, arrastran todo a su paso.
Tierra, raíces, basura. Turbulencia, espuma oscura en los remansos.
Horizonte, horizonte intensamente azul, golpes de agua salobre se mezclan apaciguando al sombrío y contaminado río en su llegada. Profundidades marinas lavan los restos sucios.
La valva yace en el fondo se abre hambrienta de alimento sano que nutre. Calma, satisfecha y feliz, no intuye que también la traspasaron restos de arena; las impurezas enferman su interior… y reacciona, se protege.
Anticuerpos generados cubren la basura, capas y más capas una sobre otra aíslan del veneno que hiere. Se torna dura, tan dura como la primigenia roca, la perla nacida sorbió colores irisados del agua de torrente como aquellas gotas tocadas por el sol.
Duerme!! duerme tu sueño singular, gema engendrada con dolor; en un camino de golpes y caídas, rodaste de la cumbre hasta la sima marina, mixturando agua dulce y salina. Es hora de la mesura. Descansa!! Madura!!
Espera al pescador de perlas que se atreva a llegar a las profundidades. Él redescubrirá tu cuenco de nácar. Nuevamente la luz del sol arrancará destellos refulgentes de tu interior lacerado, resucitada a la vida…

Magui Montero
Nota: Fotografía de Magui Montero - Febrero 2007

martes, 3 de junio de 2008

EL INMIGRANTE


Un lugar lejano de Europa, apenas comienza el siglo XX. El chiquillo delgado, de ropas sencillas está sentado en una roca de la playa. El viento despeina su corto cabello claro, mientras achica los ojos tratando de otear el horizonte y suspira en silencio…
La guerra se cierne sobre el país y hacia donde gira la cabeza, encuentra restos de maderos, trozos de hierros retorcidos, guiñapos sanguinolentos esparcidos, rodando en tétrica danza llevados por el arremolinado soplo marino. Parece permanecer ajeno al escenario dantesco, si bien sus labios están apretados en un rictus de amargura. Recuerdos del hogar rodeado de gigantescos olivos, el aroma de pan recién horneado por la madre, las risas cascabelinas de los hermanos, lo han transportado a otro paisaje donde la dulzura y el amor cubrían su mundo placenteramente. Ahora, el horror del presente solitario y amargo cae sobre él, estrepitosamente.
Nada hay que haya quedado en pie, solo negruzcos muñones que tiñeron la otrora luminosa casa, enlutando para siempre el futuro.
Con furia seca lágrimas que dejan surcos húmedos en el rostro. Si tan solo hubiese estado presente… si no hubiese ido en búsqueda de la cabra extraviada que les brindaba la leche diaria, tal vez la propia muerte le habría evitado el dolor de dar cristiana sepultura a sus seres queridos y ser testigo de la espantosa visión que lo golpeara.
Ya no existe que lo ate a este lugar; quiere huir lejos, donde la distancia lo ayude a cubrir con un manto de olvido todo lo que sus ojos vieron.
Lenta y trabajosamente se puso de pie y comenzó a caminar por la costa, no vuelve la cabeza ni por un instante, tiembla repetidamente aun pasmado por la intensidad de lo vivido.
Anduvo por la húmeda arena durante horas, hasta llegar al pequeño pueblo de pescadores, donde no hace mucho, venía la familia a compartir la misa dominical o un lindo paseo.
Hoy ya no se escucha el eco de música saliendo de la taberna. Explosiones, gritos de órdenes, civiles y soldados corriendo hacia uno u otro lado han modificado la tranquila fisonomía pueblerina.
La cala donde acostumbraba a ver ancladas barcazas pescadoras de multicolores gallardetes ondeantes, está cubierta de lanchones de desembarco y a la distancia puede divisar grandes buques que transportan tropas y vituallas para la guerra.
Sus ojos turquesa se empequeñecen para atisbar mejor, pues el sol de la tarde lo hiere. Los reflejos rojizos sobre el agua golpean el corazón cuando le recuerdan otro rojo bermellón injustamente vertido.
Nadie parece reparar en su presencia, está agotado y el ardor de su piel le recuerda que ha caminado todo el día, pero eso no lo hace cejar en su intento de irse para siempre.
Mordisquea el trozo de pan que llevaba en el bolsillo, y continúa caminando. A un centenar de metros observa un buque de carga del que siguen bajando provisiones hacia barcas más pequeñas, que van y vienen al fondeadero como hormigas obreras acarreando comida.
Finalmente las sombras lo ayudan; puede esconderse dentro de una que regresa hasta la nave mayor. Confundido entre los portadores asciende a ella y
se introduce en las entrañas del navío. Un lugar húmedo, sombrío, le da cobijo detrás de cuerdas y toneles vacíos; por fin se deja caer y rato después el acompasado sonido de los motores se hace sentir.
El movimiento del inmenso monstruo de acero lo acuna en su vientre hasta que poco a poco el sueño llega.
Siente de pronto un tirón en las ropas; seguramente es su madre despertándolo porque se ha dormido… pero, al abrir los ojos, la realidad lo golpea como un mazazo. El tosco marinero de piel morena, le habla en una lengua desconocida…
Se hace un ovillo, temeroso de recibir castigo, aunque el inmenso hombretón solo le acaricia el pelo con ternura, lo toma de la mano y tira de él, obligándolo a seguirlo. Caminan por estrechos pasillos, suben y bajan escaleras, finalmente abre una puerta donde hay dos literas; le alcanza una toalla, jabón, señala un pequeño lavatorio, luego sale dejándolo solo.
Cuando el marino regresa, encuentra al casi niño envuelto en la toalla, aun con el pelo húmedo, sentado en un rincón; las ropas sucias dobladas a su lado y una expresión de angustia pintada en el rostro.
Comprensivamente el hombre sonríe, indicándole que se pusiera las prendas que le traía. En una bandeja, colocó una jarra con agua, queso, galletas y dos manzanas que el muchacho hizo desaparecer en instantes, mientras lo seguía mirando.
Pasaron los días, quién sabe cuantos! Giusseppe aprendió a decir: hola, buen día, gracias, no comprendo, en español. Diariamente esperaba la llegada del hombre que lo protegía; supo que se llamaba José, y lo sorprendió la coincidencia, pues llevaban el mismo nombre en distintos idiomas.
Algunas veces, durante la noche José se sentaba cerca cuando lo oía llorar y le murmuraba palabras que no comprendía pero lo calmaban.
Los oídos de Giusseppe se habían acostumbrado al sonido de las máquinas, hasta que un día escuchó que su ritmo cambiaba, se hacía poco a poco más lento, y finalmente quedó todo en silencio.
Risas en el aire, gritos en español. El barco había llegado a destino. Pasaron las horas, cuando ya bajaba el sol, José levantó su bolsa marinera y la puso al hombro, invitando al joven a que lo siguiera.
Subieron a cubierta, el marinero saludó con la mano en alto a un solitario compañero que hacía guardia, quien le respondió de igual modo, dirigiendo al mismo tiempo un gesto amistoso al jovencito.
Giusseppe miró a su alrededor… el agua tenía un color gris amarronado que desconocía. Hacia occidente, donde sus ojos siempre vieron azul mar, ahora se recortaba el perfil de una ciudad con altos edificios y luces que comenzaban a encenderse en el atardecer. Había cruzado el Atlántico, un marino, decente y bueno le había ayudado; ahora dependía de sus ganas de seguir viviendo y del propio esfuerzo para forjarse un futuro.
La vida estaba brindándole una nueva oportunidad del otro lado del océano, en un país desconocido. Argentina le estaba abriendo los brazos.

Magui Montero

Nota:3º PREMIO Cuentos.
Concurso SALAC. 2007 “Nenúfar Niró”3º Provincial, 2º Nacional y 1º Internacional.
Fotografía gentileza de Luis A. Gallardo Cortéz. Costa de Chile. Año 2005

Amo el mar

Amo el mar
fotografía tomada en la costa de Chile por Luis A. Gallardo Cortéz.