Algunas veces pienso...

Algunas veces pienso...
Fotografía tomada por Gustavo L. Tarchini

domingo, 29 de junio de 2008

LA CASA DE NERUDA (I)

El alma de viajera incansable me había llevado a recorrer innumerables lugares.
Los paisajes se sucedían a lo largo del tiempo; buscaba un sitio, un nido, un hogar que me cobijara, que pudiera sentir propio. Mis ojos devoraban con avidez ciudades, playas, montañas, y campo.
¿Dónde debía guarecerme? ¿Cuál era mi destino? Los años pasaban, y este espíritu inquieto no hallaba la ansiada paz. La travesía se prolongaba, cuando ya creía encontrar lo más adecuado para mi indómita y aventurera esencia, nuevamente partía…
Estaba insatisfecha, el hastío se había apoderado de mí; solo los buenos libros, la poesía y la música lograban por momentos calmar la sensación.
Seguían volando las hojas del calendario, ya casi había abandonado mi sueño, solo quería descansar. En una de esas largas noches vacías, cayó en mis manos nuevamente un poema de Pablo Neruda. Recordé que había leído con avidez su exótica vida de aventurero, entonces lo decidí; deseaba conocer donde había morado aquel maravilloso poeta, que admiraba tanto. Sentía un especial fervor por la intensidad con que expresaba el amor, la pasión, y su obsesión por los ambientes marinos. Sabía que su vida había estado marcada por tres mujeres importantes, a pesar de las muchas que pasaron por su existencia. Una de ellas, la segunda, había sido argentina.
Levanté nuevamente las maletas; llevada por el impulso crucé las montañas, casi sin haber definido a ciencia cierta lo que buscaba… y llegué a su casa de Santiago, dedicada a la tercera mujer. “La Chascona” estaba impregnada del indómito espíritu nerudiano, la poesía brotaba por doquier, tenía su marca a cada paso, pero era demasiado mediterránea, a pesar del sonido del agua que corría y la visión de la cordillera; no encajaba en lo que yo suponía anidaba y emanaba a borbotones de sus versos.
Continué mi travesía y me encontré en Valparaíso, la mágica y antigua ciudad de los extraños ascensores, con sus viejos edificios recubiertos de afiligranados sobrerrelieves, las casitas de madera de innumerables y vivos tonos colgaban cual caireles de sus cuarenta y dos cerros hacia la concavidad que se extendía como una hermosa cuna, coronando la bella bahía. La gente, agradable, sencilla, pescadores con la piel curtida por el sol y el duro trabajo; hermosas mujeres de sonrisa franca y andar leve.
Trepé por sinuosas calles, con curvas tan pronunciadas como las gráciles caderas de las chilenas. A medida que ascendía en medio de la fría brisa de esa tarde gris, los colgajos de niebla se disipaban y el mar se veía matizado de guiños irisados en aquellos sitios donde el sol lograba herirlo con su dorada espada.
…Y llegué a destino. Agitada, con el corazón latiendo en mi pecho como el tam tam de un tambor que anunciaba ese momento tan importante para mí. …Allí estaba, imponente y en todo su esplendor “La Sebastiana”, asomándose desde lo alto hacia el océano.
Parada frente a la reja que me separaba de la residencia, pude observar los caminos de piedra que llevaban a la casa, sólida, orgullosa. En el jardín, los malvones estallaban con sus matices de rojo entre el verdor de las hojas, el perfume de los árboles embriagaba la tarde, largas guías de flores colgaban de una enredadera meciéndose al compás del viento marino, llamándome cual si fueran pequeñas manos que invitaban a entrar al mundo de los sueños.
La construcción no tenía ángulos para mí. Curvas y escaleras que serpenteaban y giraban hacia uno y otro lado descubriendo o presagiando sorpresas en cada vuelta, y decenas de ventanas grandes o pequeñas que semejaban ojos asombrosamente abiertos y curiosos; mientras la voz de Neruda se escuchaba en todos los rincones recitando sus versos. Desde cualquier ambiente al que accedía podía regocijarme con la visión de las pequeñas casitas que pincelaban de infinitos colores los cerros,…y el mar, siempre el mar. ¡El sitio semejaba un barco encallado en la montaña!! No en la forma, sino por el ambiente que se respiraba en ella. ¡Era el lugar ansiado!
Toqué la cama, de bronce bruñido, donde tantas veces dejaran su huella los cuerpos del poeta y la mujer; me sentí como una intrusa, por saber de aquellas noches de lujuria tan bien descriptas por él. En el vestidor, miré sus ropas, debajo asomaban unos zapatos rojos de tacones de la que fuera su tercera compañera, emparejados a los masculinos, acordonados, de cuero negro brillante, que me hicieron pensar en lo que habían caminado por el mundo buscando nuevos horizontes, a través de extraños países.
Por fin, llegué hasta su refugio, situado en el lugar más alto de la casa, desde donde se divisaba un paisaje indescriptible. Allí el cautivante chileno, pasaba largas horas oteando hacia la distancia, descansando y volcando en papel sus sentimientos. Acaricié con ternura la mesa pequeña, aun manchada con tinta, en la que tantas veces se sentara a escribir; pasé mis dedos suavemente sobre el trozo de papel que estaba cubierto por vidrio, y pude reconocer el original de uno de sus poemas, con tachas, correcciones y letra saltarina. Allí estaban su caballo de calesita, la colección de botellas de distintas formas y tamaños, el lavatorio de porcelana, caprichosamente colocado cerca del escritorio, el sillón desde donde quizás contemplara durante horas, hacia el ilusorio punto donde cielo y mar se funden.

Quedé aletargada, ya no había turistas revoloteando, el silencio me rodeaba. Mientras permanecía olvidada del tic tac de los relojes, el sol bajaba rápidamente en el horizonte, y un camino de fuegos naranjas cruzaba el mar hacia el infinito. Pensaba… Estaba viendo el mismo paisaje que Don Pablo había mirado cientos de veces. Percibía en ese lugar una calidez que envolvía; y tuve la certeza que allí se encontraba el refugio para la inquietud que me afectara durante tanto tiempo.
Suspiré… el sueño estaba concluyendo, Valparaíso era demasiado intenso para mí; aunque su gente me tratara como una de ellos, aunque tuviese los sentimientos a flor de piel e interiormente deseara quedarme, aunque la tristeza me partiera en dos, debía seguir mi camino… La mesura indicaba que debía buscar el equilibrio y la paz en el mundo seguro y mediterráneo de mi patria y mi terruño. Era tarde para empezar de nuevo… Era demasiado tarde para todo, el ocaso avanzaba.
De pronto, me sobresaltó la voz inquisidora de una de las empleadas del museo…
- ¿Qué hace aun aquí? El museo ya está cerrando…
Y yo respondí con voz ahogada… Nada, solamente conversaba con un sueño.
Aun restaba por conocer la última etapa de la vida de mi amado poeta Neruda; la casa dedicada a una mujer argentina, veinte años mayor que el seductor escritor. Representaba el amor de la mujer madura con un Pablo Neruda, joven, impulsivo, vigoroso. Sin embargo allí estaba enterrado, junto a la joven mujer con la que vivió hasta el final. Matilde significaba toda la intensidad del amor pleno. Debía visitar Isla Negra.
Magui Montero
Nota: Casa Museo "La Sebastiana" Valparaíso Chile. Instántanea realizada por un turista. Año 2005

2 comentarios:

RAYITO DE TERNURA- CINE COMPARTIDO dijo...

YO ESTUBE AHI HAY OLOR A POESIA

BESOS Y CARICIAS DE PELICULA
´´´´¶¶¶¶¶¶´´´´´´¶¶¶¶¶¶
´´¶¶¶¶¶¶¶¶¶¶´´¶¶¶¶¶¶¶¶¶¶
´¶¶¶¶¶¶¶¶¶¶¶¶¶¶¶¶´´´´¶¶¶¶
¶¶¶¶¶¶¶¶¶¶¶¶¶¶¶¶¶¶´´´´¶¶¶¶
¶¶¶¶¶¶¶¶¶¶¶¶¶¶¶¶¶¶¶´´¶¶¶¶¶
¶¶¶¶¶¶¶¶¶¶¶¶¶¶¶¶¶¶¶ ´¶¶¶¶¶
´¶¶¶¶¶¶¶¶¶¶¶¶¶¶¶¶¶¶¶¶¶¶¶¶
´´´¶¶¶¶¶¶¶¶¶¶¶¶¶¶¶¶¶¶¶¶¶
´´´´´¶¶¶¶¶¶¶¶¶¶¶¶¶¶¶¶
´´´´´´´¶¶¶¶¶¶¶¶¶¶¶¶¶
´´´´´´´´´¶¶¶¶¶¶¶¶
´´´´´´´´´´´¶¶¶¶
´´´´´´´´´´´´¶¶
YERMANDELUXE/CINE COMPARTIDO

Anónimo dijo...

Hola Yerman! Me alegro que hayas estado en ese lugar, a mi también me impactó muchísimo...
Un abrazo.
Magui

Amo el mar

Amo el mar
fotografía tomada en la costa de Chile por Luis A. Gallardo Cortéz.