
Casi sin pensarlo te encontré.
La vida nos quitó de un mordisco cuarenta años y un soplo de tibio viento sacudió las cosas guardadas en el arcón de los recuerdos, rescatándonos del polvo del olvido.
Volvimos a ser dos adolescentes riendo a carcajadas bajo los frondosos árboles del parque mendocino y nuestra mirada se coloreó de miel con la dulzura de la remembranza, reconociéndonos sin un atisbo melancolía.
Tengo el pelo más largo y algunas arrugas alrededor de los ojos; vos, pequeños hilos de plata que brillan con el ocaso del sol primaveral. En el reencuentro nos apretamos con ternura, nos abrazamos hasta el límite del aliento, caminamos tomados del brazo disfrutando del perfume de las lavandas florecidas.
Ha pasado el tiempo, sin embargo la juventud interior y esta cálida amistad siguen intactas, en plenitud, como antes, como siempre; como si no hubiesen pasado cuarenta años, sino cuarenta segundos.
Aquel día yo debía continuar mi viaje, tú volverías a cumplir con múltiples actividades rutinarias; pero lo habíamos confirmado dentro de nosotros, al contacto de nuestras manos cansadas de sostener amaneceres… La amistad auténtica no envejece y logra resplandecer con el tiempo.
Con todo mi cariño.
Magui Montero