Algunas veces pienso...

Algunas veces pienso...
Fotografía tomada por Gustavo L. Tarchini

miércoles, 6 de agosto de 2008

ARRANCARSE EL CORAZÓN

Ya estaba hecho. Todos los momentos felices y los recuerdos bonitos, los había destruido en un solo instante que no duró más de veinte minutos.
Ahora estaba satisfecha. Se había arrancado el corazón de un solo tirón y en el lugar quedaba un cuenco vacío.
Rondaban en su cabeza los versos de aquel viejo tema “ódiame” que reflejaban palmariamente lo que su sensibilidad gritaba “…odio quiero más que indiferencia, porque el rencor hiere menos que el olvido.” Simplemente había precipitado los acontecimientos.
Pertenecían a mundos distintos, ciudades diferentes y el azar los reunió enlazando de forma extraña sus vidas. Desde que se enamoraron, se habían amado durante casi dos años y la distancia solo lograba acrecentar los sentimientos que tenía por ese hombre-niño. El amor los desbordaba en los pocos días en que podían encontrarse y cada separación significaba un nuevo suplicio para ambos. Luis fue el bálsamo que curara su maltrecho espíritu en los días más difíciles que le tocó atravesar. Tan dulce, protector; con algunos miedos, pero inmensamente maduro en la plenitud de su juventud.
Ella? Exactamente al revés; terca, orgullosa, aunque igualmente temerosa de lo que la obligada lejanía física, pudiese hacer con ese amor tan extraño y silencioso a causa de las trabas que imponía la diferencia de edad y una despiadada sociedad pueblerina.
El paso del tiempo hizo mella en la soledad de ambos, que habían luchado contra eso. Eliza se volvió absorbente y desconfiada. Luis era joven, su sangre corría demasiado rápido. Finalmente, el amor escapó tras una mujer cercana a él, que le brindaba calor y pasión en el instante que lo deseara, sin esperas ni postergaciones. Sin embargo, internamente necesitaba de su primer amor, como una droga a la que volvía una y otra vez.
La mujer madura lo supo; sin que le dijera una sola palabra, se dio cuenta del cambio. La experiencia que guardaba dentro de sí, le permitía obtener respuestas durante las conversaciones que seguían sosteniendo a través del teléfono, aunque él se obstinara en negarlo y ella se hiciera la desentendida.
Inicialmente Eliza lloró mucho, dolía profundamente; había jurado conservar ese amor, aunque para ello tuviera que esconderse, humillarse o perder su dignidad, pues lo amaba demasiado. Cuando estuvo al borde de la desesperación, en lugar de buscar refugio en sus fuertes brazos y aferrarse a él, optó por viajar muy lejos; necesitaba un poco de paz para aclarar sus pensamientos y tomar una decisión, sin la presión de los llamados telefónicos y la locura de ese sentimiento tan fuerte que rayaba en lo indecente, borrando en ella cualquier viso de decoro o mesura.
Pasó un largo mes… regresó y se encontró nuevamente con frases cálidas y afectuosas, con su requerimiento de siempre, pero ella ya estaba decidida. Trocó la dulzura por acíbar y se comunicó con Luis.
Las palabras duras, hirientes y ofensivas fueron su arma; sabía que él nunca hubiese esperado algo así, pues siempre la relación transcurrió sin problemas.
Quien hablaba no era la mujer que Luis conocía; la agresividad y el sarcasmo en las expresiones sorprendieron y lastimaron profundamente al joven. Optó por retirarse de la conversación anonadado, persuadido de que era distinta a lo que suponía,…había sido un iluso.
Terminado el diálogo, Eliza suspiró; lágrimas amargas surcaban el rostro; pudo lograr hacerlo. Luis la odiaría para siempre… pero construiría su futuro sin lastres; la pesada cadena del amor lejano no estaría poniendo dudas dentro suyo, porque rechazaría su recuerdo.
Eliza, que íntimamente lo quería solo para si, que lo amaba más que a la vida, renunciaba a ese Amor, para que él pudiese ser feliz.
Por propia elección, quedaría como un triste remedo de la mujer de Lot, convertida en estatua de sal; por haberse atrevido a volver la vista hacia donde no debía; por ansiar nutrirse de la juventud de Luis que la había llevado a beberse los vientos como una adolescente. Ahora debía pagar por su osadía; era el precio que la vida le cobraba a cambio de dos años de buen amor.
Cuando se sacó el corazón del pecho, Eliza vio con sorpresa que manaba lentamente, dorada y cristalina miel desde el lugar lacerado en su lado izquierdo. La dulzura de Luis había dejado su huella para siempre, aunque se quedara irremediablemente sola.
Aprendería a vivir así, alimentándose del maravilloso AMOR que permanecería endulzando con su recuerdo, la soledad definitiva de Eliza.

Magui Montero
NOTA: Imagen extraída de internet

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fotografía tomada en la costa de Chile por Luis A. Gallardo Cortéz.