Algunas veces pienso...

Algunas veces pienso...
Fotografía tomada por Gustavo L. Tarchini

sábado, 5 de abril de 2008

AROMAS DEL ADIOS LA NIÑEZ

Alto, nervudo, los hombros anchos; la boca presta a la risa franca, ahora está tenso, las mejillas endurecidas por la fuerza con que aprieta los dientes; sentado, con la cabeza gacha, mientras el mechón de pelo que una vez fue del color del sol y el tiempo oscureció, se empeña en caer sobre el rostro. Los cálidos ojos miel que tantas veces se encontraron con los míos en callados mensajes de afecto fraternal están sin brillo, oscurecidos por el dolor.

Mi hermano, hoy un hombre íntegro, volvió a ser niño. Ya no el travieso y terrible “Barrabás”, inventor de tantas aventuras peligrosas en que nos embarcábamos juntos en esa feliz etapa de la niñez, sino aquel que necesitaba afecto y protección cuando se lastimaba; pero yo, su hermana mayor no podía curarlo, pues estaba tan herida como él.

La tía Pepita, la pequeña gringa de ondeados cabellos rubios y llameantes ojos azules, cómplice y confesora de sus “casi hijos”, se había ido para siempre. La mujer que por amor a sus sobrinos había desplazado en su corazón al amor de un hombre y la vida le había negado hijos propios por decisión de su obstinada soltería.

Había partido llevando en sus múltiples bolsillos, paquetitos apretados de recuerdos bonitos, caprichos y mimos. Ah!! Si solo pudiese abrir uno a uno como envoltorios de papel celofán de diferentes colores, esas pequeñas grandes cosas que nos brindará a diario para que los tres diablillos no extrañáramos a mamá y papá que salían a cumplir con sus tareas cotidianas.

Y comienzo a desplegar los papelitos… los tibios y dulces mates de leche que cebaba pacientemente en la pequeña silla de paja mientras se reía de nuestras payasadas, la furia pintada en sus ojos azules y las mejillas rojas porque hacíamos llorar a la bebé de la casa, el chicharrón caliente con pan crocante en las mañanas invernales, la aromada zampella y los tazones de chocolate caliente en la cama… todo se había ido con ella.

En su viaje final había guardado también el caramelo de azúcar quemada y la sopa de gallina con arroz. El olor de la nuez moscada y la canela, me la recordaban más que el suave perfume de agua colonia; los sonoros besos más que sus lágrimas; la magia con que su estatura crecía y se alzaba al cadencioso bailar una zamba, más que la marca de los infinitos cigarrillos…

Miré a mi hermano, nos abrazamos con el dolor de saber que aunque éramos dos adultos, nuestra niñez estaba partiendo con ella. En ese preciso instante el viento trajo aroma a vainilla…

La tía Pepita nos estaba diciendo adiós a su dulce manera…

A mi tía Pepita
A mi hermano Carlitos


Magui Montero

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Amo el mar

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fotografía tomada en la costa de Chile por Luis A. Gallardo Cortéz.