Algunas veces pienso...

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Fotografía tomada por Gustavo L. Tarchini

sábado, 5 de abril de 2008

EL ALGARROBO


Los golpes del hacha despertaron el sueño arcaico del inmenso árbol, su grandeza tambaleaba con cada herida que el jornalero le producía, asestada con fuerza en las profundidades de su ser.
¿Qué sucedía? ¿Por qué? ¿Cuál era su pecado? Sus vainas más dulces las había ofrendado cada año tanto al hombre del campo como a los animales del monte, las ramas que lo coronaban habían servido para protección y hogar de pájaros que le agradecían con trinos. Las chicharras, compañeras eternas, emitían su reiterado clamor que ensordecía en el verano, presagiando la madurez de los frutos. ¿Todo había terminado?
Su corazón vegetal siguió latiendo aun cuando el suelo se estremeció por la caída del árbol; pudo escuchar el grito de triunfo del hachero, cuando creyó que lo había doblegado.
Ahora yacía aparentemente inerte, rodeado de astillas que habían volado en silente protesta. Y lloró, lloró asustado, al no entender porque se estaba tronchando su vida feliz en el monte.
Él, que había gozado moviendo sus brazos al ritmo que le imponía su hermano viento. Él, que había bebido el agua fresca de la lluvia, sorbiéndola con ansia y transformándola en savia vital para seguir elevando su orgullosa estatura. Él, que abría los brazos, contento de la sombra fresca que protegía del bravío sol; ahora estaba a los pies de sus hermanos más pequeños. Se sentía humillado.
El hombre seguía con su labor, inconciente del dolor del algarrobo. Pacientemente, siguió limpiándolo, sacando ramas y cortándolas en trozos más pequeños. Llegado el atardecer, las cargó a los lados de un caballo, tomando otro atado para sí que puso sobre sus hombros y se marchó.
El árbol, al caer la noche, pudo cubrir su vergonzosa desnudez al abrigo de las sombras piadosas. ¿Ese sería su fin? ¿Por qué lo habían lastimado?
Desde el cielo, sus amigas las estrellas, le enviaban guiños de aliento para aplacar su pena.
La madre tierra acunó en la oscuridad al hijo parido de sus entrañas, en un vano intento por retenerlo y protegerlo en su seno.
Apenas la aurora había coloreado de rosado el cielo, cuando las aves comenzaban a dar la bienvenida al nuevo día, el hachero regresó con otros hombres que lo acompañaban y varios caballos.
El algarrobo asombrado, observaba como su tronco era rodeado por cadenas y arrastrado por la angosta picada, mientras dejaba atrás para siempre el lugar donde había nacido a la vida desde que surgiera como una pequeña mata, hacía ya muchos años.
Creía que no era posible mayor sufrimiento, presentía que era el ocaso de su existencia; pero su alma bravía seguía intacta, aun podía percibir sensaciones.
Llegaron a un poblado, donde lo dejaron de lado, durante todo un día; pero luego su martirio prosiguió.
Veía como su cuerpo era reducido poco a poco, por unas herramientas dentadas; su apariencia se estaba modificando, lo separaban y volvían a unir, introducían metal en sus entrañas y pasaban sobre él algo que lo redondeaba dándole tersura y suavidad a los bordes.
Unos niños risueños lo acariciaban, en la primera muestra de afecto que sintiera desde que fuera sacado de su hogar.
Ahora, incomprensiblemente su cuerpo se había multiplicado en decenas de bancos de una humilde escuelita rural.
Y el alma del árbol finalmente comprendió, y extrañamente se sintió nuevamente feliz. El sacrificio tenía un sentido, ahora sus preguntas habían encontrado una respuesta.
Los sonidos eran diferentes, pero el jolgorio era el mismo. Las risas sonaban tan alegres como el trino de los pájaros, y estaba orgulloso de cobijarlos cuando trepaban cual si fueran urpilitas inquietas. No sentía la suavidad del viento rozando sus ramas, pero cada día la campana le anunciaba la llegada de los pequeños que tocaban su superficie tersa y la tibieza de las decenas de manitas torpes semejaba el sol primaveral, compensándolo para siempre.
Ahora era el tiempo del sueño, pero del sueño fecundo. El algarrobo estaba orgulloso de su misión, pues serían muchas generaciones las que se apoyarían en él para fructificar en educación y saber, para crecer y hacerse hombres honestos, que trabajaran por el engrandecimiento de su suelo.


Magui Montero
Nota: Ejemplar de algarrobo. La Dársena. Dpto. Banda. Prov. Santiago del Estero. Año 2005.
Fotografía Magui Montero.

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fotografía tomada en la costa de Chile por Luis A. Gallardo Cortéz.