Algunas veces pienso...

Algunas veces pienso...
Fotografía tomada por Gustavo L. Tarchini

sábado, 5 de abril de 2008

MI TIERRA SALVAJE


El sol es un círculo impiadoso de fuego que calcina la tierra. La siesta de verano ha convertido ese día en un horno y los pocos matorrales achaparrados que aun resisten, se retuercen sobre si mismos tratando inútilmente de esconderse de la reverberación, que semeja una caldera hirviendo.

El viento norte levanta remolinos infernales y aúlla en quejidos lastimeros parodiando una escena propia del averno. Cuando de rato en rato calma, el pesado silencio se hace sentir con mayor fuerza que los sonidos del viento.

La tierra sedienta, pide en callada plegaria, el auxilio de la lluvia y su corteza reseca está marcada por dibujos infinitos cual si fuera la superficie craquelada por un fantasmagórico artista.

Una niña pequeña, permanece de pie al cobijo de un arbusto, los cabellos enmarañados cubren parte de su rostro; el liviano vestido que alguna vez fuera blanco se ha mimetizado con el terracota del polvo en suspensión, y sus piecitos descalzos trazan torpemente algunas palabras sueltas en la tierra floja.

Sin embargo, este paisaje aparentemente desolado para un extraño, tiene la belleza y el carisma de lo autóctono; solo que hay que saber mirarlo.

El cielo es de un azul intenso, y las nubes blancas apenas alcanzan a jaspear de ovillos algodonosos su extensión que se pierde en la distancia, allí donde el horizonte traza su imaginaria línea acostándose a descansar en la mansedumbre terrena.

Los algarrobos ofrecen azucarado manjar a cuanto caminante deseoso de placer almibarado quiera saborearlo; los tunales brindan sus apetitosos frutos al sediento campesino que, sabio de las trampas que propone la espinosa planta, los escamotea al mezquino vegetal, quien custodia sus dulces bocados cual celoso amante.

Las flores silvestres ponen pinceladas de color y surgen desafiantes, a pesar de su aparente fragilidad, burlándose con sus fuertes tonos del insaciable sol que quiere doblegarlas.

Tierra agreste y reseca, dura y difícil, pero suave y amable para aquel que sepa encontrar lo maravilloso de su espíritu salvaje. Solo aquellos que te conocen en su virginal esencia pueden valorar lo maravilloso que es pertenecer a tu fraterna identidad.

a Solita Pereyra y Blanca Coronel
Magui Montero
Nota: Santiago del Estero. Año 2000. Fotografía gentileza de Gustavo Luis Tarchini

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Amo el mar

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