Algunas veces pienso...

Algunas veces pienso...
Fotografía tomada por Gustavo L. Tarchini

sábado, 5 de abril de 2008

LA GITANA


Salió como todos los días de la carpa a la calle; las ancestrales costumbres eran parte de ella, debía traer el sustento para la tribu. Junto a las otras gitanas, se encaminó a la zona céntrica de la ciudad.

Su cuerpo cimbreante se destacaba del resto de las mujeres. Las esbeltas piernas acariciadas por la suave gasa de la falda de volados, las caderas moviéndose rítmicamente, los pechos firmes temblaban al impulso de sus pasos y el cabello negro y ondeado acariciaba con suavidad su espalda.

Los hombres se volvían para mirarla, y aunque ella no parecía darse cuenta, eso era parte de su juego. Sabía despertar pasiones con solo verla; pero su cuerpo era demasiado valioso y lo entregaría cuando su padre encontrara un gitano lo suficientemente rico, para pagar por ella el derecho a hacerla su esposa.

El fuego bullía dentro de la gitana… La rebeldía propia de su raza, había nacido consigo, junto a lo que natura le proporcionara.

Llegaron a la plaza principal y luego de que le indicaran la hora de regreso, para que un vehículo las recogiera en ese mismo lugar, dirigió sus pasos con lentitud hacia cualquier parte, buscando potenciales clientes que aceptaran el ofrecimiento de “…le adivino la suerte?”.

En realidad no todas leían las líneas de la mano, pero su abuela le había enseñado los secretos de cómo hacerlo. Ella miraba decenas de manos pero les decía solo lo que sabía deseaban oír.

Alzó la vista y vio entre medio de cientos de personas que pasaban en ambas direcciones, un apuesto joven de traje oscuro que caminaba en su dirección; con voz suave pero clara le dijo el acostumbrado “te adivino la suerte, guapo!!”

El muchacho la miró sorprendido y se paró instantáneamente, no llevado por la invitación, sino apabullado por la belleza que tenía quién lo requiriera y su hermosa sonrisa.

Conocedora de su ventaja, extendió la mano y tomó la de él entre las suyas. El contacto con sus dedos y la tibieza de su piel la estremeció, pero permaneció sonriente.
Con el dedo índice recorrió la línea de la vida, y por un instante pudo ver viajes, dinero, felicidad, amor, hijos. Nada dijo… demoraba mirando esa mano, mientras su corazón latía sintiendo que ese era el hombre que ella desearía para si.

Los labios le temblaban, levantó los ojos y buscó los de quién estaba frente suyo, y encontróse con una mirada profunda de un intenso color verde. Solo pudo balbucear… serás feliz, tendrás una vida maravillosa a lado de la mujer que ames; giró sobre sus pasos y se marchó rápidamente, dejando al sorprendido joven mirándola, sin esperar que le diera las monedas que él guardaba en la otra mano.

Pasaron los días, de su mente no se iba la penetrante mirada que recordaba. En tanto, un gitano de otra tribu había aceptado lo que su padre solicitaba como dote. La indiferencia con que tomó la noticia, sorprendió a todas las mujeres de su grupo; pero ella soñaba con esos brillantes y rasgados ojos verdes que se reflejaron en el pozo oscuro de los suyos…

Le comunicaron el día en que se haría una fiesta para que conociera a su futuro esposo y se arreglarían las condiciones para la boda; pero ella siguió sin dar mayores muestras de interés por lo que sucedía a su alrededor.

Mientras al paso de los días la actividad se hacía febril, puliendo la vajilla, preparando las bebidas y comida para la llegado de las visitas.

Finalmente, el día domingo despertó con el trajín de su madre y de las otras gitanas que iban de un lado al otro ayudándole, y la música comenzaba a sonar.

Su hermana mayor la ayudó a vestirse, cepillándole el pelo con vigor para que brillara más y lo dejó caer sobre su espalda. Debía quedar dentro de la carpa hasta que le indicaran cuando debía presentarse ante su padre y la familia del novio si todo salía bien.

De acuerdo a la tradición debía bailar una danza ella sola, dedicada a su novio, para que la pudiese observar en todo su esplendor. La música continuaba; cansada de esperar, la gitana se había recostado sobre los mullidos almohadones de brocato, mientras la fiesta seguía afuera, y el sol comenzaba a declinar… Se escuchaban risas, aplausos y el tintinear de las copas, signo inequívoco de que todo había salido bien.

Entró su madre, recriminándola porque arruinaría su falda de volados y le dijo que debía bailar como nunca, anticipándole que su novio era joven y bien parecido; la beso en la frente y con una afectuosa palmada en las nalgas la empujó hacia el círculo de sus hermanos de raza, que la recibieron entre gritos de alegría y brindis por su belleza.

Cerró los ojos y levantó los brazos hasta que sonaron los primeros compases de “Concierto de Aranjuez”. Comenzó a danzar; ya nadie hablaba, su belleza increíble resaltada por el resplandor del fuego que parecía acariciarla, solo daba lugar a la contemplación.

En su interior, sabía que era su sino, y debía aceptarlo hasta el fin. Bailaba con toda la rabia y la fuerza que tenía dentro, sonriendo para todos pero mirando solo hacia su interior. Danzaba para “él” despidiéndose para siempre de su recién nacido y secreto amor adolescente. En tanto, su rostro reflejaba en marcada dicotomía una hermosa sonrisa húmeda por las lágrimas que brotaban a raudales.

Con los últimos acordes de la música giró repetidas veces, para finalmente hincarse a los pies de quién sería su marido para siempre, y que se había negado a mirar, hasta el final de la danza. Esto era una señal inequívoca de respeto y sumisión, y el final de todos sus sueños. Se quedó quieta, con el cabello revuelto y la mirada baja, mientras todos irrumpían en vivas y aplausos… los había cautivado con su baile.

Percibió una caricia en su rostro aún mojado y la voz varonil más hermosa que hubiese escuchado, le dijo dulcemente: ¡Hola, bella hechicera! Te vine a buscar para saldar la deuda por haber adivinado mi suerte… la vida será maravillosa, a tu lado.

Magui Montero
Nota: Año 2005 - Fotografía Magui Montero.

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fotografía tomada en la costa de Chile por Luis A. Gallardo Cortéz.