Algunas veces pienso...

Algunas veces pienso...
Fotografía tomada por Gustavo L. Tarchini

sábado, 12 de abril de 2008

VALORES

¿Cuántas veces desde pequeña acostumbraba a jugar de esta forma? Ir caminando, o algunas veces corriendo, trataba de andar por el centro de la vereda; seguía la línea que percibía claramente contando a izquierda y derecha la cantidad de baldosas; buscaba mantener el exacto equilibrio, en ese juego inocente y divertido.
A veces traigo a la memoria imágenes similares de alguien intentando hacer lo mismo, hamacándose hacia uno u otro lado disimulando, de tal forma que no se pudiese percibir la inestabilidad y el esfuerzo de caminar rectamente, cuando apenas podía estar de pie.

Por supuesto que esto es una mera paráfrasis de lo que intento explicar, pero de alguna manera marca el esfuerzo con que uno trata de manejarse en el largo – o corto – camino de la vida y las apariencias.

Al cabo de cierto tiempo, esa línea, que de niño se puede percibir tan fácilmente, pierde interés; al pasar los años se va esfumando, o se torna no visible; pero a pesar de ello, quizás por costumbre o inercia uno trata de mantenerse dentro de ciertos parámetros de conducta, muy importantes, por cierto, para las normas de urbanidad y la buena imagen, que procura impostar ante los ojos de la gente.

Pero… ¿Y los valores? ¿Qué sucede con ellos? ¿Dónde quedan las cosas que aprendimos? ¿Lo que nos enseñaron? Son preguntas sin respuesta… moral, justicia, fraternidad, pudor, rectitud, verdad, humildad, decencia y quien sabe cuantas cosas más, que uno va olvidando o dejando de lado. ¿Los porque? Creo que a eso debe circunscribirse el análisis; a conocer el motivo que conlleva a quebrar ciertas reglas. Porque es antiguo, porque es ridículo, porque te ven diferente – y no quieres destacarte o ser distinto a los otros -, se burlan y te ridiculizan, te pisotean y hasta puedes ser considerado un “mal ejemplo” siendo honesto.

Y de pronto un día cualquiera, se gira la cabeza y ves tus pasos marcados nítidamente; son tan serpenteantes y alejados de la línea que te horroriza y lo sientes como un cachetazo. ¿Dónde estás? ¿Qué hiciste? Avergonzado tratas de limpiarte; finalmente terminas por aceptar que lo único que puedes hacer es recoger tus harapos y caminar nuevamente, casi desnudo, sin importar que te miren como un bicho raro.
Tal vez no sea tarde; tal vez aunque ya no sea tu tiempo, las nuevas huellas sirvan para que los niños, los jóvenes, (y algunos locos como yo) puedan andar limpiamente, sin temores, casi como un juego, por la senda de la que uno no debe apartarse nunca, la de la corrección y la franqueza, - sin que ello resulte esforzado – dejando de lado los engaños, con la honestidad de aceptar los yerros y sin renunciar a ser uno mismo.

Amo el mar

Amo el mar
fotografía tomada en la costa de Chile por Luis A. Gallardo Cortéz.